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Análisis

La mentalidad colonial rusa, un obstáculo para la paz y la democracia

  • La invasión de Ucrania ha revitalizado una reflexión y un debate minoritario entre los rusos: su concepción imperial de Rusia
  • Crece entre los opositores rusos en el exilio la convicción de que la democracia pasa por la descolonización interior del país

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La mentalidad colonial rusa: un obstáculo para la paz y la democracia
Imagen de archivo de una protesta en Berlín en 2024 contra la invasión rusa de Ucrania. GETTY IMAGES / MARKUS HEINE / NURPHOTO

¿Cuántas veces han oído mencionar la mentalidad colonial de Rusia y los rusos? ¿Cuántas, de población indígena refiriéndose a ciudadanos de la Federación Rusa? Pocas, ¿verdad? Y, sin embargo, esa fue una terminología común en la conferencia de rusos exiliados que organizaron la semana pasada los centros de análisis CIDOB y Friedrich Ebert Stiftung en Madrid.

Andrey Makarychev lleva años exiliado en Estonia, una de las tres repúblicas bálticas que formaron parte de la Unión Soviética. Fue uno de los ponentes y puso su país de acogida como ejemplo: "Para los bálticos la caída de la URSS fue un proceso de descolonización". La mentalidad imperial, colonial, y la descolonización es precisamente la cuestión en que se centran los estudios y el trabajo de otra ponente, Marina Solntseva, exiliada en Alemania, quien señaló que "el debate de la descolonización y el concepto de indígenas en Rusia son nuevos y son difíciles".

Imperio ruso y descolonización

Cuando se menciona al Imperio ruso se suele asociar a la Rusia de los zares, no a la Unión Soviética ni a la Rusia actual, cuyo nombre oficial, hay que recordar, es Federación Rusa o Federación de Rusia. Pero abundan los estudios sobre la realidad de ese imperio interior y de cercanía y, aunque reciente, crecen las voces rusas, sobre todo fuera de Rusia, que invocan la necesidad de aceptar lo extendida que está esa mentalidad colonial entre los rusos, incluidos muchos opositores al presidente Putin, y superarla. Basta preguntar a las poblaciones vecinas, en las repúblicas bálticas, en Bielorrusia, en Georgia o en Ucrania, en el imperio de proximidad, para que esa mentalidad colonial rusa aparezca enseguida en la conversación.

"Ucrania es un eslabón más en la cadena de políticas imperiales rusas", señaló Andrey Makarychev. "Antes de Ucrania hubo la invasión de Finlandia en 1939, la de Hungría en 1956 para aplastar el levantamiento de la población, la de Checoslovaquia en 1968 contra el equivalente a Budapest antes, la "primavera de Praga", y la de Georgia ya en el siglo XXI".

En cuanto al imperio interior, el de los territorios dentro de la Federación Rusa que no son de mayoría étnica o lingüística rusa, Marina Solntseva dio pie a varias reflexiones, por ejemplo, el hecho de que se les llame minorías: "No son minorías, en sus territorios los indígenas son la gran mayoría". Pensemos en Chechenia, en Buriatia o Tartaristán. La mentalidad y la política colonial han sido el motor de las distintas políticas de rusificación de la historia, uno de cuyos episodios más trágicos fueron las deportaciones masivas de poblaciones llevadas a cabo por Stalin, de chechenos, por ejemplo, en 1944 a Kazajistán y Kirguizistán, y en paralelo la rusificación de territorios con identidades no rusas a través de la lengua y de la instalación de población rusa. La invasión de Ucrania devuelve aquellos procesos a la actualidad cuando el Gobierno de Putin traslada menores ucranianos de los territorios ocupados a Rusia y cuando rusifica las zonas ocupadas.

Actualmente, la Federación de Rusia está formada por 83 "sujetos" entre repúblicas, regiones, territorios y dos ciudades (Moscú y San Petersburgo), agrupados en ocho Distritos Federales. Unilateralmente, Moscú anexionó Crimea y Sebastopol en 2014, y en 2024 añadió cuatro nuevos sujetos federales: las regiones de de Jersón y Zaporiyia y las repúblicas de Donetsk y Lugansk, todos ellos en territorio reconocido internacionalmente como ucraniano.

"La agresión rusa a Ucrania empezó antes de 2014", señaló la exiliada rusa Aleksandra Polivanova, para mencionar que "antes fue contra la lengua, la cultura y la identidad ucranianas. Los rusos tenemos que abrir los ojos, Rusia tiene una tradición de opresor, el caso de Ucrania no es único, hay otras repúblicas que lo sufren dentro y fuera de Rusia".

Otro consenso entre los ponentes rusos fue que Rusia es una federación sólo en el nombre oficial, pero no de hecho porque, argumentaron, la mentalidad y la orientación de la política se hace sólo desde la perspectiva rusa, ruski, no rosiyani.

Ruski versus rosiyanin

En castellano, en inglés, en francés o en italiano hay un solo gentilicio para la Federación Rusa: ruso/a. En ruso tienen dos, ruski y rosiayanin, uno de ellos creado para cubrir una necesidad.

En tiempos de la Unión Soviética el adjetivo soviético/a era aplicable a toda persona de la URSS, pero desaparecido aquel país queda la mayor, con mucha diferencia, de las repúblicas: Rusia. Junto a ella hay otras, y para ese nuevo país no hay gentilicio porque ruski se refiere a rusos de etnia y excluye por lo tanto a las otras etnias del país. Para esos ciudadanos de la Federación rusa que no son de etnia rusa crean en los años 90 el término rossiyanin, a partir de Rossiya, que es Rusia en lengua rusa.

Imperialismo es lo de los otros

En el marco de esa labor por estudiar, explicar y denunciar el imperialismo, la política y mentalidades coloniales en la tradición rusa, Maria Solntseva, en sintonía con otros académicos como ella, destacó una paradoja o hipocresía: cómo el presiente ruso, Vladímir Putin, denuncia el imperialismo -pasado o presente- de países occidentales, muy especialmente de los Estados Unidos, incluso se erige en un aliado de la descolonización mientras él ejecuta una política colonial, "y para ello usa a los BRICS y al llamado sur global".

Putin ha adoptado la narrativa soviética de que Moscú lideró en el siglo XX (durante la Guerra Fría) el movimiento anticolonial en África, y frente a la alianza entre Europa y los Estados Unidos (antes de Trump 2) Putin apoya que los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y el sur global tengan más peso en la política internacional.

En un artículo académico, financiado por el ministerio de Educación e Investigación de Alemania, se desarrolla cómo ejerció la Unión Soviética su imperialismo interior a través de la idea del comunismo como utopía e identidad unificadora, homogeneizadora, la creación de una nueva civilización, y a partir de ahí infiere que "la re-stalinización y la atracción por Stalin [de la Rusia de Putin] tiene que ver no sólo con la admiración por Stalin y su paternalismo violento, sino también porque Stalin sentó las bases del nacionalismo ruso y la misión civilizadora de la URSS".

Sobre el efecto de la invasión de Ucrania puede leerse: "La descolonización tiene su raíz en la resistencia del pueblo. La lucha por la descolonización es el motor de la resistencia en Ucrania, y esa resistencia ucraniana se ha convertido en un catalizador para una conversación nueva sobre la colonización rusa dentro de lo que se considera actualmente su territorio". Son voces minoritarias entre los rusos ruski , pero son más que antes de la invasión y crecen.

Apenas dos meses después de la invasión rusa a gran escala, Casey Michel, de la Fundación Derechos Humanos, escribió en la revista estadounidense The Atlantic: "Rusia es el último imperio europeo que se ha resistido a los esfuerzos de descolonización más básicos, como dar autonomía a los ciudadanos y una verdadera voz a la hora de elegir a los gobernantes de la Federación Rusia. Y, tal como hemos visto en Ucrania, Rusia está dispuesta a recurrir a la guerra para reconquistar regiones que considera posesiones suyas".

A finales de los 90, durante la segunda guerra de Chechenia, le escuché a un político español, veterano en las relaciones internacionales, la reflexión de que era mucho más difícil emprender y asimilar la caída, la descolonización, de un imperio de proximidad que de uno donde las colonias son de ultramar.

Nosotros, occidentales, y la influencia imperial rusa

"La cultura rusa, sobre todo la literatura, forma parte del poder blando de Rusia, a través de ella los occidentales habéis interiorizado la visión imperial rusa, en el fondo también veis Rusia como un país que tiene derechos sobre los de su entorno geográfico e infravaloráis nuestra entidad como países independientes". Este razonamiento me lo hizo un periodista ucraniano refugiado en España, Yevhen Fedchenko, hace dos años. Me lo dijo junto a la estatua de Aleksandr Pushkin, donación del ayuntamiento de Moscú al de Madrid en 1981, que hay en la el parque de la Fuente del Berro, monumento que según Fedchenko debe retirarse porque representaba el imperialismo ruso. Su testimonio pudo verse en el Telediario especial realizado al año de la invasión de Ucrania.

Para Fedchenko, los ucranianos y otras repúblicas exsoviéticas, dentro o fuera de la Federación rusa, esa influencia del pensamiento imperial ruso se traduce en que en el fondo, insisten, en Occidente consideramos, al igual que Putin, que Moscú tiene derechos sobre la región, que negamos el derecho a una soberanía plena de esas otras repúblicas.

Los primeros cuatro meses de la segunda presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos alimentan esta tesis/acusación, porque Trump, que hizo campaña diciendo que acabaría con la guerra de Ucrania en 24 horas, ha planteado las negociaciones como una cuestión primordialmente entre el presidente Putin y él, entre Rusia y los Estados Unidos, relegando al país invadido, Ucrania, a un papel secundario. Con sus acciones y declaraciones, el presidente Trump valida la perspectiva de emperador del presidente ruso de ostentar derechos sobre los territorios que geográficamente considera de interés para su seguridad, porque, podríamos añadir, es así como Trump ve los derechos de Estados Unidos sobre, por sus palabras, Panamá, Groenlandia o Canadá.

En el mundo académico, la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022 ha hecho que muchos investigadores occidentales, en especial europeos, se replanteen la perspectiva y la tradición histórica de sus estudios sobre la órbita rusa porque, argumentan, tal vez estén "contaminados" por el pensamiento colonial ruso. En un artículo del Fórum para Lenguas Modernas de Oxford explican que una de las nuevas estrategias es buscar "descentralizar" las fuentes de las que se nutren sus estudios, y buscar fuentes que hasta ahora desdeñaban como "periféricas", pero advierten: "No hay en la actualidad consenso entre los investigadores sobre la interpretación de las relaciones imperiales y post-coloniales en la historia soviética y post-soviética. Ni siquiera sobre si se pueden aplicar conceptos postcoloniales o descolonizadores sobre Rusia, dada la relación política y culturalmente complicada de Rusia con Occidente, en particular, pero también con el este y el sur global.

En la entrevista con el periodista ucraniano refugiado, él compartía la visión y los argumentos de todos los ucranianos con quienes he hablado sobre los rusos, sobre todo los hombres, que huyen de Rusia y buscan refugio y exilio fuera: "Huyen porque no quieren ir a la guerra, no quieren morir, no porque les importemos los ucranianos. No se pueden equiparar los inconvenientes para los rusos en Rusia con el sufrimiento de los ucranianos. Si están contra la guerra, que se queden en Rusia y luchen por cambiar su Gobierno. Si no, los ciudadanos son tan responsables como Putin".

Con esa última reflexión está de acuerdo Aleksandra Polivanova, miembro de la reputada, y prohibida por Putin, asociación Memorial, y exiliada en Polonia: "La gran diferencia no es entre los rusos que estamos fuera y los que siguen dentro de Rusia, sino entre quienes tienen una actitud activa y quienes tienen una actitud pasiva". Polivanova sentencia: "La agresión a Ucrania definirá de ahora en adelante la identidad rusa, igual que el Holocausto lo hizo con Alemania".