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Cuando el dinero duele: las heridas que deja una crisis económica

  • Carmen M. Cáceres presenta su libro La ficción del ahorro en Economía de bolsillo, ambientado en la Argentina del corralito de 2001
  • En él, reflexiona sobre cómo las crisis marcan nuestros miedos, nuestra forma de ahorrar y nuestra visión del futuro
Una cartera de cuero marrón vacía es sostenida por manos, rodeada de objetos como una calculadora, papel arrugado, tarjetas de crédito y un bloc de notas, sugiriendo dificultades económicas.
Las crisis financeieras dejan ciertas heridas en la manera de vivir y ahorrar a futuro, como son la desconfianza y la capacidad de adpatación. ISTOCK
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Estamos en el sótano de un banco. En una de esas salas blindadas repletas de cajas de seguridad donde se guardan joyas, escrituras, lingotes de oro o fajos de billetes. Lugares de valor incalculable. Espacios donde los nervios y la tensión de quienes acuden para depositar o retirar sus pertenencias también lo son. Siempre. Pero más aún si afuera el país arde. Más si eres un veinteañera con su padrastro a punto de ejecutar un plan, cuanto menos, arriesgado.

"Vamos a forrar mi cintura con cinta de embalar y, sobre esa superficie de plástico, vamos a pegar los fajos de dólares protegidos en bolsitas transparentes", le indica él. El monto total que ambos ocultarán bajo sus ropas asciende a ochenta mil dólares. Son todos los ahorros familiares.

¿Guion de película de acción? ¿Tal vez de atracos? ¿Quizá una comedia al más puro estilo berlanguiano? Sí y no. Sí, porque la escena pertenece a la primera página de la novela La ficción del ahorro, de Carmen M. Cáceres. Pero no, porque lo que narra es la realidad de la Argentina de diciembre del 2001: la del corralito que limitó la retirada en efectivo a 250 pesos semanales.

"En aquel momento había lo que se conoce como corrida bancaria", explica la autora en Economía de bolsillo, con Lourdes Castro. "La gente que tenía sus ahorros en dólares los iba a retirar por temor a los acontecimientos. Pero, ¿qué pasa cuando todos vamos a sacarlos a la vez? Que los bancos no tienen tanto papel". Y entonces ocurren escenas como la de libro.

"Estas situaciones eran bastante comunes. Se crearon dos fenómenos que fueron dos caras de la misma moneda", cuenta Cáceres, que se acuerda bien de ello. Rondaba los 20 años cuando el Gobierno aplicó dicha restricción bancaria sin precedentes en el mundo. Fue testigo de una ciudadanía en ebullición que empezó a canalizar su descontento.

"Por un lado estaba el corralito y, por otro, las salideras bancarias", apunta Cáceres. O lo que es lo mismo, robos y saqueos en la puerta de las instituciones financieras. "Como todo el mundo iba a buscar su dinero, fuera había ladrones que querían agarrar a las personas que iban al banco", explica la autora.

Potestas, caceroladas, disturbios, Estado de sitio, represión. Treinta y nueve muertos. Un presidente —Fernando de la Rúa— huyendo de la Casa Rosada en helicóptero y tres más (Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Camaño) renunciado en ese mismo mes por la presión social.

Veinte años del corralito en Argentina

En el país del Río de la Plata los acontecimientos se dieron así. En cierto modo fue una circunstancia única, aunque, al mismo tiempo, no lo fuera. No era del todo nuevo. "En realidad, en otros países sucede algo parecido. Cuando hay una crisis financiera o una desconfianza en el mercado, se generan sus propios mecanismos de inseguridad", asegura Cáceres.

Y, sean cuales sean, marcan. Para siempre.

Desconfianza: la cicatriz de las crisis

"Aquello ha dejado una huella. Nos quedó una desconfianza. Somos absolutamente desconfiados del sistema bancario", reconoce Cáceres. "Obviamente todos los necesitamos y no podemos operar sin eso", añade, sin embargo, la cicatriz no se va. Sigue y seguirá ahí, visible.

"La novela habla mucho de la diferencia entre el dinero en metálico, el de tocar y transaccionar y el híbrido con tarjetas de débito, crédito y teléfono. Esa hibridez también nos marca. No solo es la desconfianza en los bancos, sino en la del dinero mismo como mercancía que puede cambiar todo el tiempo", subraya.

Y que obliga a cambiar con ella todo lo demás. Por ejemplo, su abordaje. "Ahora cuando hablan de las monedas virtuales, en Argentina en general y en esta generación en particular, somos muy versátiles. No nos cuesta tanto migrar a otras cosas en cualquier momento", admite Cáceres. O, por ejemplo, la filosofía monetaria que aplicamos en nuestra rutina. O, incluso la de vida.

De ahí que Cáceres decidiera arrancar sí o sí su obra con la imagen de la chica y su padrastro en el sótano del banco. "Partí de ella porque me parecía muy potente, pero, además, porque da una idea del ahorro que tenemos en la clase media: un lugar al que se quiere llegar, pero que, a su vez, determina todos tus pasos en el presente", explica.

Porque, aunque "no creo que exista nadie que no considere que ser propietario de algo implica sacrificio y tranquilidad", siempre pesa más el segundo factor. Es más determinante. Más condicionante. "Ahorrar es vivir en otro tiempo. Estás en el presente viviendo en las fantasías de lo que vas a hacer o tener, mientras que desahorrar es instalarte en un presente radical. Es no tener ya ese futuro", detalla.

Y en ese punto, afirma, se reconocen varias generaciones. En Buenos Aires o en Madrid, da igual. Varían los nombres y apellidos de las crisis, pero la heridas y los aprendizaje son casi idénticos.

"La gente de mi generación en España, y las que vinieron después de la crisis de 2008, vivieron algo parecido: los abuelos dando dinero a hijos y nietos para poder salir adelante. Hoy ocurre lo mismo con los precios de los pisos en las grandes ciudades", reflexiona. El concepto del desahorro sigue estando y siendo, por lo tanto, muy contemporáneo. Más de lo que podría parecer.

"En cualquier lado, después de la pandemia, nos ha tocado ser adultos, madres, padres o cuidar a nuestras madres y padres en un momento en el que ahorrar es casi una ficción y en el que estamos desahorrando lo de nuestras generaciones anteriores. Estamos en un presente radical. No podemos ver futuro", concluye Cáceres.