José Sacristán: "¿A cuánto está el kilo de dignidad?"
- José Sacristán presenta El hijo de la cómica en Las mañanas de RNE
- Recién cumplidos 88 años, repasa su trayectoria definiendo su nueva obra como "la aventura de trabajo y de vida más personal y arriesgada"


Ochenta y ocho velas sopló el 27 de septiembre José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937) en su pueblo, rodeado de su "gente". Y dentro de poco más de un mes lo repetirá. Será el 24 de octubre, sobre las tablas del Palacio Valdés de Avilés. Aunque, en esa ocasión, las llamas y la melodía del Cumpleaños feliz serán algo distintas.
Porque Sacristán sumará una vela más a su tarta, sí, pero no será la octogésimo novena. Como poco, será la número 125. Una por cada película, pieza teatral o ficción sonora —entre ellas Luces de Bohemia (2025), Los santos inocentes (2021) o Querido Mozart (2006) de RNE— que ha encendido en seis décadas de carrera.
Y ese día también recibirá vítores de los suyos, pero no sonarán como los aplausos protocolarios tras una felicitación cantada. Los que escuchará serán los de un público que ha disfrutado de la obra El hijo de la cómica, "la aventura de trabajo y de vida más personal y arriesgada que he emprendido".
"Está basada en la primera parte de las memorias de Fernando Fernán Gómez, de 1921 a 1943, y en las conversaciones que yo tenía con él", explica en Las mañanas de RNE, con Juan Ramón Lucas y Mamen Asencio.
"Mi intención —confiesa— es que la gente obtenga la misma carga emocional que yo sentía cuando me hablaba de su abuela, de su madre, del golpe de Primo de Rivera, de la proclamación de la República, de la guerra y sus primeras películas en Barcelona", detalla. Que no es poco.
Para conseguirlo, el de Chinchón ha cambiado el enfoque. Ha apostado por el monólogo. "Ya hicimos una lectura dramatizada en su centenario con seis personajes. Ahora he realizado una nueva adaptación". Puede que más directa. Seguramente más íntima. Indudablemente más compleja, Más arriesgada. Solo él, en el escenario, con una historia y una visión. Nada más, pero nada menos.
"Hay algo de galdosiano y de barojiano en la mirada de Fernando sobre la España de aquel tiempo, que es lo que pretendo transmitir", apunta Sacristán. Y es que ahí, en la dificultad, insiste, reside también parte de la trascendencia y de la esencia. "No me atrevería a meterme en esto si no tuviese un mínimo de seguridad. La cuestión es que la seguridad a veces es enemiga mortal de la creatividad y siempre hay que arriesgar algo".
Porque quien no arriesga no pierde, pero tampoco gana. Ni disfruta. Ni aprende. "No hay mayor verdad que la del niño cuando juega y al juego es a lo que apelo: la profunda seriedad con la que te vas a reír, llorar o emocionar", subraya.
Lo aprendió de su "gran amigo y maestro" Fernán Gómez, aunque sería más exacto decir de uno de sus maestros. En plural. "Vengo de Antonio Machado, de Mario Vargas Llosa, de Miguel de Cervantes… Son compañeros que están conmigo en algo más que el trabajo. Acompañan a través de su obra, de su memoria y de sus consejos".
Con sus herramientas y, cada quien a su manera, todos ellos le han descubierto —directa o indirectamente, consciente o inconscientemente— el oficio y, sobre todo, la vida.
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"Hay gente que, si tienes el privilegio de encontrarte con ellos, aunque no quieras, vas a ser mejor. Con ellos no cabe la improcedencia", afirma. "En cuanto adoptas una postura de falsa humildad, te quedas con el culo al aire".
En esa lista aparecen, junto a Fernán Gómez, "Miguel Delibes, José Luis Sampedro, Ernesto Sábato, Mercedes Sosa, Almudena Grandes o Luis García Montero", entre otros. Porque es extensa. "Son mucha gente y mucha suerte". También muchas lecciones. Una por persona, como mínimo, pero no hay límites. De García Montero, por ejemplo, se lleva varias enseñanzas.
Una de ellas: el concepto de optimismo melancólico. "A poco de morir Almudena —relata— publicó una columna en la que hablaba de los optimistas melancólicos. Y le dije: 'apúntame'".
No hubo dudas ni titubeos. Sacristán lo tenía claro: "Hay melancolía conforme vas viviendo y sientes que vas perdiendo algo. Te vas a morir y el hijo de puta, el chorizo, el dolor, la injusticia y la mierda van a seguir. Pero no puedes dejar de ser quien sale cada día a librar la batalla de tu propia dignidad. Ahí está el optimismo. Que no te aburran. Hay que reírse frente a estúpidos miserables como el señor Trump y ante asesinos miserables como el señor Netanyahu".
La otra lección: la necesidad de mantener siempre la "capacidad de admirar". De hecho, advierte, alejarse de ella "sería terrible". "Por eso —confiesa—no quiero perder de vista al crío que fui. Con su capacidad de asombro de equivocarse y aprender. Y si no es la felicidad, es la alegría. Ese momento de disfrute de cosas y personas, que no te lo roben", sostiene.
Capacidad de admirar y de actuar
La misma filosofía se aplica frente a las injusticias y la barbarie actuales. "Hay que estar ahí con actitud", señala comprometido. Porque ni ahora ni nunca "es sano ignorar y mirar para otro lado".
"Empezando por decir que el terrorista de Hamás no es solamente terrorista, es un imbécil. ¿Quién puñeta dio la orden de cometer ese atropello? A partir de eso, no hay la menor justificación. Y que la derecha deje ya de decir que los de izquierda no condenamos lo de Hamás. No es verdad: son terroristas e imbéciles, pero eso no justifica en absoluto lo que está pasando ahora en Gaza", denuncia Sacristán sin evitar preguntarse cuál es el precio de la humanidad.
"¿A cuánto está el kilo de dignidad? ¿Qué está pasando en el mundo?", lamenta tristemente convencido de que "cuando se escriba la historia de este tiempo y ya nos habremos muerto, la vergüenza va a salpicar por todas partes".